¿Cuál fue el primer hereje condenado a muerte por la Iglesia?

Saludos, inquietos intelectuales. Perdonad que la semana pasada no publiqué nada: me la tomé de descanso. El tema de hoy me sorprendió cuando lo investigué, porque pensaba que la condena a muerte de herejes comenzó con la Inquisición, pero realmente fue muchos siglos antes, poco después de que Constantino adoptara al cristianismo como religión oficial del Imperio Romano.

Los primeros movimientos de renovación dentro de la Iglesia suscitaron el rechazo de la jerarquía, pero no pasaron de la excomunión. Así por ejemplo, los montanistas -seguidores de Montano- en la segunda mitad del siglo II impulsaron una vida ascética y rigurosa, para prepararse para el fin del mundo que consideraban muy próximo. Estos cristianos se movían a impulsos del Espíritu; tanto es así, que Montano y sus dos profetisas principales (Prisca y Maximila) consideraban que el Espíritu mismo movía sus cuerdas vocales para hablar por boca de ellos. Este movimiento fue considerado peligroso por los obispos, pues aunque en principio no predicaban nada fuera de la doctrina, eran difícilmente gobernables porque no se sometían a la autoridad. Sin embargo, más adelante, y dentro de su línea rigorista, los montanistas comenzaron a predicar que los pecados más graves (adulterio y asesinato) cometidos por cristianos bautizados no podían ser perdonados por la Iglesia. También introdujeron entre sus seguidores la prohibición de un segundo matrimonio después de la muerte de uno de los cónyuges. En varios sínodos, como Lyon y Hierápolis, esta doctrina fue tachada de herejía y condenada, pero continuó existiendo, al margen de la Gran Iglesia, durante cuatrocientos años más.

Contra esta y otras herejías, aparecieron en los siglos II, III y IV las refutaciones de Ireneo de Lyon, Hipólito de Roma y Epifanio de Salamina, respectivamente. Precisamente, muchas de las herejías son conocidas actualmente solo por medio de sus escritos, en los que aparecen citados algunos pasajes de las obras consideradas heréticas. Como efecto colateral, la defensa del llamado "depósito de la fe" hizo necesaria una mayor redefinición de la doctrina, lo que convirtió a Ireneo en el primer Padre de la Iglesia en desarrollar la doctrina católica de forma sistemática.

De forma parecida, las disputas entre el presbítero Arrio y su obispo Alejandro (312-328), en Alejandría, llevaron al cabo de los años a definir el credo católico en el Concilio de Nicea. Cuando Arrio aún era diácono, alrededor del año 300, ya fue excomulgado por sus ideas, pero luego fue perdonado. Arrio tenía buen don de palabra, y fue acusado por su obispo de ir demasiado lejos en sus exposiciones teológicas, al afirmar que "el Hijo de Dios tiene un principio mientras que Dios no tiene principio". Dicho de otro modo, lo que Arrio defendía es que Dios tomó la decisión de crear o engendrar a su Hijo en un momento determinado, antes de la creación del mundo, por lo que la naturaleza del Hijo es distinta de la del Padre, o de lo contrario habría dos Dioses. Este Hijo de Dios "habitó" en el hombre Jesús de Nazaret, pero propiamente no se le puede llamar Dios a Jesús. Son ideas que recuerdan a los gnósticos, que tanto arraigo tuvieron en Egipto durante los primeros siglos.

Estas cuestiones Trinitarias, tan abstractas y que tan escaso interés despiertan hoy día, en el siglo IV eran objeto de acalorados debates. Arrio apoyaba sus ideas con citas de la escritura (Proverbios 8 22, Colosenses 1 30, etcétera) y se apoyaba en los escritos de Orígenes, el gran teólogo alejandrino. Aún así, en 324 Arrio fue excomulgado en Alejandría, pero encontró apoyo en otros teólogos (como Eusebio de Cesarea, el autor de la primera Historia Eclesiástica), lo que obligó a convocar el Concilio de Nicea en el año 325. El emperador Constantino, que había adoptado el cristianismo como vía para unificar su Imperio, veía con malos ojos estas divisiones internas dentro de los teólogos cristianos. Aconsejado por el obispo Osio de Córdoba (acérrimo enemigo de Arrio), Constantino convocó un concilio ecuménico, es decir, de toda la Iglesia universal, en su propio palacio. No sabemos muy bien por qué, pero los obispos que en principio apoyaban a Arrio, finalmente votaron a favor de la siguiente definición, que aparece en el Credo de Nicea:

Creo en un solo Señor, Jesucristo, Hijo único de Dios,
nacido del Padre antes de todos los siglos:
Dios de Dios, Luz de Luz,
Dios verdadero de Dios verdadero,
engendrado, no creado,
de la misma naturaleza del Padre,
por quien todo fue hecho;
que por nosotros, los hombres,
y por nuestra salvación bajó del cielo,
y por obra del Espíritu Santo
se encarnó de María, la Virgen, y se hizo hombre


El emperador declaró que todo el que se negara a proclamar este credo sería exiliado. Ordenó además que las obras de Arrio fueran confiscadas y quemadas, mientras que sus partidarios fueron considerados como "enemigos del cristianismo". Arrio tuvo que vivir el resto de su vida fuera de Alejandría, a pesar de disimular sus ideas con expresiones más ambiguas, pero al menos con ello obtuvo el perdón eclesiástico dos años más tarde. Sin embargo, con la muerte de Arrio no se acabaron las disputas, sino que en los Concilios de Constantinopla (381) y Calcedonia (451) se tuvo que reafirmar que Dios es "una misma sustancia en tres personas distintas", intentando de este modo contentar a todos, pero sobre todo a los que defendían que el Hijo era Dios exactamente igual que el Padre. Pero el arrianismo encontró bastante acogida entre las tribus germánicas, sobre todo en los godos, los cuales acabaron invadiendo el Imperio Occidental y trayendo consigo sus ideas teológicas. Finalmente, en el Tercer Concilio de Toledo (589), el rey hispano Recaredo abjuró del arrianismo, aunque fuera por el interés de terminar con las disputas que estaban dividiendo su reino.

Pelagio, un teólogo británico, por defender la inexistencia del pecado original, fue también excomulgado en 417 por el papa Inocencio I, a pesar de contar con el apoyo y protección de algunos obispos, especialmente Juan de Jerusalén. Pero Inocencio murió 44 días más tarde y su sucesor Zósimo levantó la excomunión. No obstante, los obispos antipelagianos, con Agustín de Hipona a la cabeza, enviaron escritos al emperador Honorio, que condenó a Pelagio y a todos los que profesaran su doctrina, en 418, y el Papa Zósimo lo refrendó. Así, en 422, Pelagio murió fuera de la comunión de la Iglesia.
Pelagio
Prisciliano, obispo de Ávila en 381, coetáneo de Pelagio, corrió peor suerte que la excomunión. Al parecer, en su juventud recibió enseñanzas gnósticas de un monje egipcio, lo que encendió en él los deseos de vivir un cristianismo más auténtico, mediante la práctica del ascetismo. Promovió el ayuno frecuente y la abstinencia sexual, al igual que otros movimientos considerados heréticos en los primeros siglos del cristianismo. Sus seguidores tenían una vida monacal y dedicaban bastante tiempo al estudio de las escrituras, incluyendo las consideradas apócrifas. Para defenderse de los encendidos ataques de los otros obispos, el movimiento mantuvo un estricto secreto en torno a sus prácticas.

El priscilianismo se extendió rápidamente en el siglo IV por Hispania y el sur de las Galias, y resultó una amenaza para la unidad del cristianismo, recién proclamado "religión imperial". Sin embargo, fue difícil para la Iglesia oficial encontrar argumentos contra quienes simplemente querían vivir un cristianismo más riguroso. Cuando Ambrosio de Milán por fin consiguió que el emperador Graciano le condenara en 382, Prisciliano se desplazó a la corte y le convenció personalmente de que revocara el edicto. Pero en 383 surgió un aspirante a emperador que, para conseguir el apoyo de la jerarquía eclesiástica frente a Graciano, se apresuró a convocar un concilio en Burdeos para condenar de nuevo el priscilianismo.

Prisciliano intentó entonces una jugada arriesgada: desplazarse de nuevo a la corte del emperador usurpador y tratar de convencerle, como hizo con Graciano. Su acción no solo fue vana, sino que todo el grupo de priscilianistas que se había desplazado a Tréveris fue condenado a muerte, no por sus ideas teológicas, sino por practicar la magia y el desenfreno sexual, acusaciones carentes totalmente de base, pero amparadas por el secretismo de las reuniones de los seguidores de prisciliano.

La sentencia escandalizó incluso a los paganos no cristianos. Hasta Ambrosio de Milán criticó el proceso y los obispos que habían promovido su condena tuvieron que dimitir. Durante más de cien años, los priscilianistas continuaron su actividad y consideraron a Prisciliano un mártir.

Después del caso de Prisciliano, tenemos que avanzar en la historia hasta el siglo XIII para encontrar una condena semejante. Herederos de una tradición herética de muchos siglos atrás, los cátaros se extendían por el sur de Francia y la región alemana de Colonia a finales del siglo XII. Su nombre "cátaros" viene del griego y significa "puros", aunque no es la primera vez que un movimiento de renovación de la Iglesia recibe este nombre: ya en el siglo IV los discípulos de Novaciano se autodenominaron "cátaros".

Al igual que los priscilianistas, los cátaros rechazaban la vida de lujo que vivía el clero de su época, con lo que de algún modo enlazaban con las doctrinas gnósticas (ver mi post sobre el Evangelio de Tomás, donde las explico un poco) que nunca llegaron a desaparecer por completo. Aunque su doctrina no estaba completamente unificada, todos creían en una oposición radical entre el Bien y el Mal, simbolizado por la oposición Luz-Tinieblas o Espíritu-Materia. Como los gnósticos del siglo I, los cátaros pensaban que el infierno está aquí en la tierra, y que tras la liberación de la materia, a la mayoría de las personas le espera una vida bienaventurada, salvo los que persistan en una actitud de falta de confianza o incluso rechazo de Dios. Los que no alcancen la purificación necesaria, se volverán a reencarnar (es decir, regresarán al infierno, que más bien hace las veces de purgatorio, ya que no es definitivo). Los que conocen esta buena noticia ya son "perfectos" y no pecan más, lo cual se simbolizaba por el ritual del "consolamentum". Los que se preparaban durante varios años para recibir este sacramento eran simplemente los "creyentes". Los "perfectos" se organizaban de forma asamblearia y elegían a sus propios obispos. Las mujeres podían recibir el "consolamentum" al igual que los hombres, y esto las capacitaba para predicar la doctrina e impartir a su vez el consolamentum. Sin embargo, en la práctica, su influencia era relativa, ya que no se conoce el nombre de ninguna obispa cátara.

Estas doctrinas tan opuestas a la doctrina católica desataron violentas persecuciones. Las disputas teológicas, las condenas y las excomuniones se mostraron ineficaces, de modo que se estableció la Santa Inquisición en 1231 para localizar y poner en prisión a los cabecillas cátaros. Así mismo, los libros que proclamaban la doctrina de los cátaros fueron quemados en la hoguera. La Inquisición se puso en manos de los Dominicos, orden que junto con los Franciscanos tenía el voto de pobreza. Estas dos eran las llamadas "órdenes mendicantes" fundadas en el siglo XIII para atraer a todos los seguidores cátaros que tuvieran vocación de vivir en pobreza.

Finalmente, y para acabar con los últimos reductos cátaros, el Papa Inocencio III declaró una cruzada o "guerra santa" en 1209. La sede principal de los cátaros estaba en Albi, al sur de Francia, por lo que también se les conoce como "albiguenses". Es la primera vez en la historia que se declaró formalmente una guerra de la Iglesia contra cristianos herejes. Fue una guerra larga y sangrienta, que acabó en 1244 con la toma del castillo de Montségur (en los Pirineos, cerca de Andorra) y la quema de 210 personas que se negaron a abjurar del catarismo.

El catarismo no terminó con este hecho. Minúsculos grupos sobrevivieron escondidos en los Pirineos y en Sicilia hasta el siglo XV. Aún así, su influencia espiritual fue recogida por otros movimientos, como la Reforma Protestante, los Hugonotes y, posiblemente, los Masones.

Como conclusión, en la perspectiva de la Historia llevamos relativamente poco tiempo disfrutando de libertad de pensamiento y religión, y sólo en los países mayoritariamente cristianos. En mi opinión, el Cristianismo lleva en su esencia la diversidad de vivencias e interpretaciones, y la unificación conseguida en siglos pasados solo fue efecto de un férreo control, basado con frecuencia en amenazas, temores y condenas.

Y esto es todo por hoy. Espero que os haya abierto nuevos horizontes.

Este post está basado mayormente en el libro "Los Cristianismos Derrotados" de Antonio Piñero, de muy recomendable lectura.










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